Un caso extraño y casi único en el fútbol moderno. Cuando lo que predomina es el nada es para siempre, Del Piero es un ejemplo de fidelidad y de respeto a los símbolos. Tuvo mejores y peores años, pero nunca se dudó de su continuidad en el equipo y tampoco abandonó el barco en los peores momentos, cuando el club descendió a la Serie B debido al Moggigate. Fue la gran muestra de lealtad, mientras otros jugadores importantes del equipo abandonaban él desoía las ofertas de los grandes clubes de Europa. Se había proclamado campeón del Mundo con la selección italiana, estaba en el mejor momento, pero prefirió quedarse en su club. El que había apostado por él cuando aún era imberbe.
Lejano queda para Ale el 12 de septiembre de 1993, día en el que se enfundó por primera, con 18 años, vez la camiseta bianconera. Fue contra el Foggia y, tras el encuentro, el delantero mostró una madurez impropia de su edad: “Estoy contentísimo. No he hecho mucho, pero lo importante era romper el hielo”. Pinturicchio, como también se le conoce, había llegado a Turín, en el que estaba Roberto Baggio y del que más tarde heredó el dorsal, aquel verano procedente del Padova. Pronto se convirtió en uno de los ídolos de la afición y con el paso de los años, goles y títulos, en una leyenda.
En este tiempo, y a falta de lo que pueda aún conquistar, ha ganado once títulos nacionales y cuatro internacionales. Y en la estadística personal, Del Piero posee el récord de la mayor cantidad de encuentros disputados (677) y más goles anotados (284) con la camiseta de la Vecchia Signora. Registros que ha conseguido por fidelidad a unos colores y porque "un caballero nunca abandona a una señora”.
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